Ayer Domingo, 8 de agosto, artículos y columnas recuerdan que, hace 20 años, se produjo el célebre mensaje del entonces ministro de Economía, Juan Carlos Hurtado Miller, en el que anunció el ajuste de la economía peruana, sincerando los precios de la mayor parte de productos, al eliminarse los subsidios a los mismos.
Los peruanos conocimos este fenómeno como el del shock, palabra que generaba pavor entre los peruanos desde que Mario Vargas Llosa anunciara que efectuaría una medida de este tipo al llegar a la Presidencia. Si bien la mayoría de peruanos votó por Alberto Fujimori en 1990, entre otras cosas, en rechazo a una medida de ajuste drástico, esa misma mayoría aceptó la medida, a pesar que en el corto plazo supuso una grave pérdida de la capacidad adquisitiva de la clase media, a diferencia de otras zonas de América Latina, donde los ajustes vinieron de la mano con protestas.
Los motivos para la ausencia de las mismas son varios - entre ellos, la violencia de Sendero Luminoso y la debilidad de los movimientos sociales de los ochentas -, pero quizás el central sea era la conciencia que el modelo impulsado hasta su desgaste por Alan García ya no daba para más y que era necesario un proceso de liberalización de la economía que acabara con la inflación.
A diferencia de los entusiastas y los detractores a ultranza del mercado, el balance es más matizado. Sin duda alguna, el shock sirvió a la larga para detener la inflación - lo que hizo ver su necesidad - y los peruanos terminamos de aprender la necesidad de contar con cifras macroeconómicas balanceadas para sostener cualquier proyecto de desarrollo. Y varias de las reformas de liberalización emprendidas han sido importantes para lo que vino en esta década: un crecimiento importante durante la mayor parte de la misma y en democracia.
Pero creo yo que hay dos hechos que, más allá de los manejos económicos y acentos de cada gobierno, le han generado un importante daño a la economía de mercado.
El primero de ellos es la coincidencia de las reformas de mercado con al autoritarismo fujimorista. El hecho que muchos empresarios aplaudieran el golpe del 5 de abril de 1992, los abusos laborales del régimen y que se asociara a la liberalización con los atropellos de un régimen autocrático - y que hasta ahora no son reconocidos en toda su dimensión por sus simpatizantes o por los principales simpatizantes del modelo actual - le ha generado un importante daño a la credibilidad del mercado en el Perú. Y de ello, no solo es una cuestión de imagen, sino también se debe a serios errores en la aplicación de las reformas por parte del fujimorismo y a que varios de nuestros “liberales” - que en el fondo, muchos de ellos, terminan siendo más conservadores que Cipriani - simplemente se fijan en la libertad económica y no en la política, que implica la democracia y el respeto a los derechos humanos.
El segundo de ellos es la poca inclusión generada en estos 20 años. Si bien es cierto que los índices de pobreza parecen haber disminuído en el país, sobre todo en esta década, también se han ahondado profundos abismos de desigualdad en el Perú. Y allí es significativa la falta de reformas en los servicios básicos del Estado - salud, educación, seguridad, justicia -, así como de una visión que incluya a todos los peruanos en los beneficios del crecimiento, respetando la pluriculturalidad y las distintas concepciones de desarrollo que tenemos. De hecho, esto no solo fue alentado por Fujimori - un sujeto que no creía en la institucionalidad -, sino también durante el gobierno de Alan García, convertido en guachimán de la CONFIEP y en cazador de “perros del hortelano”, en un discurso en el que la tolerancia parece ser el valor más pisoteado.
Del siguiente gobierno dependerá - se espera - que estos dos perniciosos legados puedan comenzar a ser resueltos y que el país en pleno, poco a poco, pueda emprender el camino hacia ser un país desarrollado de verdad, lo que no solo implica crecer 8% cada mes.
agosto 09, 2010
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